Más allá de la cabaña en donde nos hospedábamos no había más que bosque y soledad. El lugar estaba rodeado de árboles y espesos pinos que impedían ver qué estábamos haciendo, pero si eh de ser sincera, sentía los nervios palpitarme en el pecho como fuegos artificiales. Sabía que mi esposo y sus dos amigos me estaban esperando afuera, así que decidí dejar el miedo atrás y salí al jardín.
Salí descalza y con una tanguita rosa y un sostén de encaje del mismo color. La tanguita se me metió por completo entre las nalgas y me rozaba cada vez que caminaba, pero como era una sensación bastante rica, la dejé pasar.
Mi esposo se hallaba hablando con Santiago y Marcos, los tres sentados en los camastros como los que suelen colocar en los hoteles de la playa. En cuanto me vieron, no pudieron evitar lanzarme una mirada lujuriosa y una sonrisa. Ya para ese día los cuatro habíamos adquirido bastante confianza. De hecho, más de la que me gustaría admitir.
—¿Nerviosa? —me preguntó Santi cuando me acerqué a uno de los camastros y él me agarró por la cadera hasta pasar uno de sus dedos en el delgado hilo de la tanguita.
—Tengo un poco de frío, pero supongo que se me quitará pronto. ¿Están seguros que nadie nos va a ver?
—Tranquila, que si nos ven les habremos dado espectáculo gratis —Marcos me sonrió— Ven, guapa, siéntate aquí.
Me senté en medio de Santiago y Marcos, y apenas lo hice Marcos cogió los tirantes de mi sostén y comenzó a bajarlos mientras me besaba el hombro. Por su parte, la mano de Santiago acarició mis piernas y empezaba a subir para buscar mi coñito cubierto por la tanguita.
—Qué bonita y obediente.
—¿Sí? —sonreí coqueta— ¿Te gusta así?
—Justamente así, preciosa, estás riquísima.
Decidí que era momento de dejarme llevar. Estar en el exterior y a punto de ser follada por tres tíos me ponía bastante cachonda y caliente. De pronto, Keev se acercó a mí y me dio un largo beso en la boca, tan fuerte y delicioso; dejé que su lengua entrara en mi boca y sus dientes me mordieran el labio inferior mientras me saboreaba.
—Desnúdate —me dijo apenas se apartó de mí.
Obedecí al momento. Me levanté del camastro y me quedé delante de ellos. Primero abrí el broche del sostén y lo fui bajando suavemente. Quería que me vieran y me desearan. Cuando la prenda abandonó mi cuerpo, me acaricié las tetas y me pellizqué los pezones mientras comenzaba a gemir. Me sentía muy caliente y mi coñito comenzaba a palpitar y a ponerse jugoso.
Santi me acarició las nalgas, deslizó su dedo en el hilo de la tanga que cubría mi culito y fue entonces que sintió el tapón del dilatador anal.
Me sonrió y entonces me dio un besito en el ombligo mientras me chupaba el resto del abdomen.
—Buena chica —Marcos comenzó a besarme el cuello.
—Se los dije —la voz de mi esposo sonó a mi espalda—: zorra, caliente y muy complaciente.
La piel se me erizó al escucharlo. Keev se acercó a nosotros, me agarró del cabello y me dio dos azotes fuertísimos en las nalgas. Después me hizo acostarme en el camastro y me indicó que levantara mis piernas para que pudiera retirarme la tanguita. Al quitarla, mi conchita quedó expuesta, llena de juguito y lista para ser penetrada.
Keev se arrodilló y comenzó a chupármela mientras Santi y Marcos me mantenían las piernas abiertas. Yo estiré mis manos y sujeté la almohada del camastro. Comencé a gemir y me sentí tan libre que dejó de importarme si mis gemidos atraían a cualquier curioso.
Keev hundió su lengua en mi interior, me chupó la campanita y me lambió todo el coñito, bebiéndose mis jugos que se mezclaban con su saliva. Luego de unos minutos, se puso de pie y dejó que Marcos me degustara. Mis pezones estaban durísimos, Santiago lo notó y comenzó a pellizcármelos. Abajo, Marcos me dio varios besos en los muslos y después se concentró en mi coño. Me lambió un par de veces y después introdujo uno de sus dedos. Lo metió y lo sacó; una y otra vez mientras su lengua se concentraba en mi coño.
Uff, lo estaba disfrutando como no tienen idea. Rico. Unas buenas succiones para esta gatita en celo a la que el coñito le escurría a mares. Sentí cómo mis jugos escurrían por mis piernas y caían en el camastro.
El siguiente en hacerme sexo oral fue Santiago, solo que no lo hizo como Marcos y mi esposo. Me pidió que me pusiera en cuatro sobre el camastro y levantara mi culo. Me retiró el dilatador y fue justo después cuando hundió su rostro entre mis nalgas y comenzó a chuparme mi culito. Su lengua pasaba de mi concha a mi ano que se dilataba con cada roce de su lengua. Una y otra vez hasta que las piernas me temblaron y estuve a punto de caerme.
Los tres me ayudaron a ponerme de pie, me tocaron algunas partes del cuerpo como los senos, el coño y las nalgas. Les gustaba manosearme y por supuesto a mí también. Los dejé que me tocaran, incluso dejé que Santiago me diera una bofetada de la que terminaron riéndose los tres.
En cuanto terminaron, Marcos se acostó sobre el camastro y yo me acosté sobre él, dándole la espalda y sintiendo como me agarraba de la cintura para no caerme. Santiago se colocó frente a mí, masturbándose la polla para meterla en mi cavidad.
—¿Lista? —Keev me acarició la mejilla— Recuerda que duele, pero eso te gusta. ¿Verdad?
—Sí— le sonreí.
El primero en meterse dentro de mí fue Marcos. Su enorme pene entró en mi culito y yo sentí como ejercía más fuerza para penetrarme completa. De mis ojos escurrieron un par de lágrimas, pero Keev me dio un beso en la frente.
Santi fue el segundo en entrar. Su rostro de excitación y el gruñido que dio me hicieron cosquillas en la tripa. Su verga se sentía tan bien. Alivió el deseo que sentía por tener algo dentro de la vagina follándome.
Los dos comenzaron a moverse, y apenas coincidieron en el ritmo, el calor del orgasmo me inundó el cuerpo. Me sentí bastante sexy; la doble penetración me sabía riquísima. Llevé una de mis manos hacia mi cabello y lo retiré de mi rostro. Keev no dejaba de mirarme; estaba maravillado y eso a mí me encantaba. Estaba guapísimo el hijo de puta, sobre todo cuando le brillaban los ojos y las mejillas se le ponían rojas. Su verga se le remarcaba en el bóxer. Ya la imaginaba; grande, gordita, rosa y llena de venas.
—Tócame —le pedí y él me agarró los senos que se movían de arriba y abajo por las envestidas de Marcos y Santiago.
—¿Así? —me apretó los pezones hasta que se me pusieron rojos.
—Sí, así, papito.
Abajo, mi culito y mi conchita se estaban poniendo rojos de tanta fricción. Un dolor fuerte pero tan rico. A las zorras como yo nos gusta que nos revienten los coños.
Santiago deslizó su mano entre nuestros cuerpos y a la penetración de su polla le agregó dos dedos. Pero cuando Keev se acercó a chuparme el cuello, no pude contenerme más y dejé salir un delicioso squirt. Y si bien no fue tan grande como el de las películas porno, sí consiguió mojarle las piernas a Santi.
—Ostia… ¡me corro! —el cuerpo de Santiago tembló un par de segundos después y se descargó dentro de mí. Todo su semen me llenó la concha y se desbordó hasta caer en la verga de Marcos que seguía dentro de mí.
Marcos me soltó y permitió que me levantara. Lo único que deseaba era montar a mi esposo y cabalgar sobre él. Le pedí a Keev que se desnudara y después se acostara, al hacerlo, me subí sobre él. Su verga estaba durísima cuando la agarré para metérmela.
—Marcos, sujétale las manos a la espalda, me la voy a follar duro—llamó al único en pie, pues después de tremenda descarga, Santiago yacía sentado en otro de los camastros, con los ojos llorosos y la polla flácida.
Tenía el coño lastimado, pero deseaba que fuera mi esposo el que me llevara al orgasmo y terminara dentro de mí. Ya después dejaría a Marcos que se siguiera follando mi culito para que él pudiera terminar.
Una vez que Marcos me agarró las manos con fuerza, Keev me sujetó el cuello, las venas de sus brazos se le marcaron por el esfuerzo y entonces comenzó a follarme.
—¡Aaaah! —grité bastante fuerte. Mi esposo me estaba follando con una fuerza bruta. Me apretó del cuello con ambas manos mientras me embestía una y otra vez.
Nuestros cuerpos hicieron ruido; piel contra piel. Mi sudor escurría sobre mi frente y mi espalda. Rico. Por detrás, Marcos me azotaba las nalgas a aparte de sostenerme las manos.
—Qué bien hueles, hermosa —no pude evitar sonreír ante el comentario de Marcos. Sabía que mi aroma de hembra era debido a que ya iba por mi segundo orgasmo.
Y cuando más caliente me sentía, Keev se vació en mi interior. Un temblor nos sacudió a los dos mientras sentía su semen entrar en mí. Cuando terminó, me soltó del cuello y se limpió las lágrimas de sus ojos.
Por su parte, Marcos volvió a azotarme el culo.
—Vamos, preciosa, que yo soy el único que no he terminado. Pero no quiero ninguno de tus dos agujeros. Quiero terminar en tu boca.
No puse pretextos, bajé del camastro y me arrodillé en el suelo, justo encima de la almohada que Keev me pasó.
Marcos me acercó su polla y comencé a chuparla como si fuese una paleta. Le pasé la lengua sobre su cabecita y sobre el agujerito de esta. Después de una buena follada, su verga me sabía bastante rica. Le chupé las bolas y le besé parte de sus muslos, mientras regresaba a su palo y me lo metía hasta dentro.
—Joder, te siento la campana de la boca —me dijo.
Seguí chupándola un par de minutos más, hasta que él me indicó que parara. Se la jaló un par de veces y después me vertió su leche en la cara y en la lengua. Me tragué hasta la última gota y le mostré mi lengua cubierta de su semen antes de pasármelo.
—Joder, Keev —desde su asiento, Santiago se colocó su bóxer—, préstala más seguido.
Keev le lanzó una mirada de pocos amigos y a mí no me quedó más que soltar una carcajada.
Esa noche dormimos, cada uno en su respectiva habitación ( mi esposo y yo juntos en una, por supuesto) y al día siguiente regresamos a casa. Nuestra vida normal debía continuar.