Una follada antes de cocinar

Me encontraba preparando una receta de galletas, quería que cuando mi esposo terminara de ducharse, pudiera sorprenderle con un rico postre. Le habían dado un descanso de una semana, y aunque ya teníamos planes para los siguientes días, decidimos que hoy permaneceríamos en casa para que él pudiera descansar.

Me encontraba leyendo el recetario cuando Keev bajó a la cocina, me rodeó la cintura con sus brazos y repegó su dura verga entre la división de mis nalgas.

—Keev…

—Dime.

—Las galletas —susurré, mi pensamiento ya estaba en el grosor palpitante de su miembro.

—Pueden esperar, Sarah.

Keev me agarró con fuerza de la cintura y llevó hasta la barra, hizo que apoyara mis manos sobre la superficie fría y entonces me dio un fuerte azote en el culo. Todo en mi cuerpo comenzó a vibrar. Procedió a quitarme la blusa, me desabrochó el sostén y al quitarlo mis enormes senos mostraron los botoncitos rosas que comenzaban a ponerse duros.

Keev me los apretó mientras frotaba su verga en mi trasero. Llevaba puesto solamente su bóxer negro y todo su cuerpo desprendía una agradable frescura recién duchada.

Me sujetó del cabello y comenzó a tirarme de él mientras sus caderas se movían en mi culo. Arriba y abajo, en círculos y empujando como si ya me estuviese follando. No pude resistirme y comencé a gemir.

—¿Te está gustando?

Asentí, provocando que el cuero cabelludo me doliera por el tirón, pues recordemos que la mano de mi esposo seguía agarrándome de ahí.

Tras varios minutos frotándose contra mi culo y besándome la espalda desnuda, Keev comenzó a bajarme los jeans de mezclilla y la braga que tenía puesta. De haber sabido que no comeríamos galletas habría optado por ponerme esas tanguitas transparentes que tanto me gustan (comentario: si vas a mi perfil encontrarás la fotografía de presentación con ese tipo de tanguita de la que te estoy hablando).

Después de quitarme absolutamente toda la ropa y también las sandalias de pedrería que llevaba puestas, me hizo abrir las piernas, se arrodilló y hundió su rostro entre mis nalgas para besarme el coño. El primer lengüetazo hizo estragos en todo mi cuerpo. Grité y me aferré con más fuerza a la barra mientras recargaba mi mejilla en la superficie.

Su lengua jugó con toda mi conchita, entró y salió como si me estuviese follando. Me chupó y lambió mi campanita mientras las uñas de sus dedos se clavaban en mis nalgas.

El cuerpo entero me comenzó a temblar, y pensé que conseguiría tener mi primer orgasmo de la mañana ahí mismo, sin embargo, Keev se detuvo y se puso de pie. Clavó una de sus manos en mi cabeza y me obligó a mirarle mientras volvía a pegar su verga cubierta por la tela del bóxer sobre mi culo.

—Tienes las mejillas rojas —el fantasma de su sonrisa me indicó que deseaba echarse a reír, pero como estábamos en un momento de “sumisión” pensó que reírse le restaría credibilidad a esa personalidad dominante.

Keev me acarició los senos con su mano libre, me tocó el cuello y luego de pasarme los dedos por el labio inferior, me soltó una bofetada. El golpe no fue violento ni mucho menos fuerte, pero consiguió que la sumisa que habitaba en mí se pusiera todavía más cachonda. El coño me palpitaba y sentía mis piernas resbalosas por mi jugo que escurría.

—Qué puta te ves así, Sarah.

En respuesta froté mis nalgas contra su pene.

—Eso me gustó. Sigue haciéndolo.

—Tu perrita está caliente —le dije.

—¿Qué tan caliente está mi perrita?

—Mucho, papito.

—Qué rica se ve mi putita con mi verga entre las nalgas.

Saqué mi lengua y él introdujo dos dedos dentro de mi boca mientras comenzaba a follarme con ellos, de pronto, su mano que tenía puesta en mi cabello bajó y se abrió camino entre mis piernas para encontrar mi clítoris.

Todavía seguía sensible después del tremendo oral que me había hecho.

—¿Quieres que te lo meta, zorrita?

—Sí.

Keev me dio un largo beso en la boca y terminó mordiéndome el labio.

—Chúpame las bolas, Sarah.

No me lo dijo dos veces. Me despegué de él, dejé que recargara su espalda contra la barra y después de arrodillarme y bajarle el bóxer comencé a llenarle de besitos la cabeza de su polla. Tenía un sabor delicioso que me calentó todavía más. Primero le di varias lambidas en toda su longitud, arriba y abajo, siempre dejándole un besito a la cabeza rosita. Le pasé la lengua por el contorno del glande y también por el hoyito.

Keev se llevó las manos a su cabello y comenzó a gruñir. Su espalda se arqueó y sus caderas comenzaron a moverse para entrar en mi boca y follarme con su verga. Cuando pasaba esto, en sus brazos y manos se remarcaban sus venas. No había duda de que, a pesar de llevar varios años casados, seguía igual de enamorada de ese hombre.

Di todo de mí en esas mamadas, recordaba cuando él me chupaba el coño y lo delicioso que me sabía, así que yo deseaba darle el mismo placer que él siempre me provocaba.

Le llené de saliva el pene y seguido me metí sus bolas a la boca. Las chupé, succioné y restregué mi rostro en ellas hasta que Keev me sujetó del cabello y me folló la boca con una violencia que casi me termina ahogando.

Finalmente me soltó y sonrió. Poniéndome de pie volvió a azotarme el culo y entonces me agarró de los muslos para cargarme y empotrarme contra la barra. Su verga se deslizó en mi interior provocando un sonido húmedo a causa de mi jugo.

Comenzó a follarme rápido mientras me sujetaba de los muslos para que no fuese a caerme. Por mi parte, no pude resistirme y le pasé mis uñas sobre su espalda, arañándolo y escuchando quejarse.

—Puta —me dijo y en respuesta solté una carcajada.

Lo cabalgué y traté de seguir el ritmo de sus envestidas. Comenzó a besarme el cuello, a llenarme de saliva y pasarme su lengua.

Puse mis ojitos en blanco y traté de moverme con él hasta que los espasmos del orgasmo me hicieron gritar. Keev estaba igual, se pasó un dedo por la lengua y después me acarició el ano. No pensaba hacerme sexo anal, pero sabía lo mucho que me prendía el que me estuviese tocando ahí mientras me follaba por la conchita.

—Aaaah… aaaah… me voy a correr… ¡Oh, cielos, qué rico se siente! ¡No pares, no pares!

—Vamos nena… grita más fuerte… grita…

—Aaaah… aaaah…

—Carajo, Sarah… aaaah…

Finalmente el orgasmo me atrapó y dio los últimos gemidos, los más fuertes y ricos. Mi esposo siguió follándome hasta que el orgasmo también lo alcanzó a él y se vació dentro de mí. Su lechita se desparramó de mi vagina y escurrió por mis piernas.

Llevé mis dedos hasta la unión de nuestros sexos y cuando Keev me sacó su polla, cogí un poco de su semen y me lo pasé por la lengua y los senos.

Keev trató de recuperar el ritmo de su respiración.

—Si lo querías en la boca me lo hubieras dicho.

Sonreí porque también me costaba respirar y entonces estiré mis brazos hacia arriba recogiéndome el cabello en una coleta alta. Keev se me quedó mirando. Seguía desnuda y estaba sentada encima de la barra. La vista debió haber sido increíble, porque la sensación seguía siendo excitante. Mis nalgas estaban sobre la barra fría y mi bizcochito se restregaba en la superficie.

—Me quiero poner un piercing en el ombligo —le dije y él me sonrió mientras se volvía a colocar su bóxer y se acomodaba el paquete.

—Se te vería increíble, amor.

—Me lo quiero poner ya.

Él se carcajeó.

—En ese caso; nos vestimos, terminamos de hornear las galletas y vamos.

Pronto les contaré cómo me folló cuando me puse el piercing y también les narraré un encuentro que tuve con una chica en las duchas de un club de natación.

Los leo en los comentarios. Besos.

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