Volviendo a casa de la universidad me sorprendió una violenta tormenta. Una de esas tormentas de verano que solo duran unos instantes pero que descargan una enorme cantidad de agua. Antes de empaparme más decidí refugiarme en el soportal de una tienda y esperar a que amainase el aguacero. Tenía la blusa pegada a la piel, tan ceñida a los pechos que estos se adivinaban al primer vistazo. Mientras intentaba recomponer un poco mi aspecto observe que al local entraban varios hombres. Todos me miraban de forma descarada antes de pasar. Aquello me violentaba un poco, pero no estaba dispuesta a ponerme de nuevo bajo el agua tan solo porque unos cuantos viejos no supieran ser un poco más discretos. En cualquier caso me llamó la atención que solamente entrasen hombres por lo que, por vez primera, eche un vistazo al lugar donde me había