Cuando mi viejo nos dio la noticia de que se casaba y que Mariana venía a convivir con nosotros mucho no nos importó. Vivimos en una casa enorme y papá tenía derecho a rehacer su vida como se le diera la gana. Sin embargo, esa impresión cambió desde el primer momento que apareció con sus valijas.
Mariana medía 1.65, tenía caderas anchas y una cintura angosta que le marcaba perfectamente su culo trabajado en el gimnasio. Era delgada, pero con una espalda de hombros ampulosos que le daban una elegancia suprema a su cuello delicado, sobre todo cuando se hacía peinados recogiendo su pelo rubio y lacio.