Esta es la historia de la primera vez que visitamos un club swinger con mi esposa.
Aquella noche nos entregamos por completo: tríos, intercambios, orgías y todo tipo de excesos calientes.
Todo empezó alrededor de las 23 h, cuando nos dimos de una ducha de a tres (mi esposa, otra mujer y yo), nos enjabonábamos, besábamos y tocábamos intensamente (esa historia la contaré en otro momento).
Después de esa ducha ardiente, mi esposa comenzó a vestirse. Se puso una tanga diminuta que apenas cubría su concha recién depilada, tan suave y provocativa que parecía pedir ser lamida. El hilo que se perdía entre sus nalgas; luego, un short negro tan corto que apenas le tapaba las nalgas, y una remera de red que dejaba sus tetas prácticamente al descubierto con los pezones duros marcándose.
Una bomba sexual lista para explotar.
Una vez listos, bajamos por el ascensor. Seguíamos acompañados por la otra mujer, así que durante el trayecto seguimos besándonos y manoseándonos los tres. La vagina de mi esposa seguía húmeda y mi erección era incontrolable.
Tomamos un Uber y llegamos al boliche. Ingresamos con algo de nerviosismo; si bien ya habíamos roto el hielo con un trío algunas horas antes, seguía siendo un ambiente completamente desconocido para nosotros.
El lugar era sencillo, casi no se diferenciaba de un boliche convencional.
Lo primero que hicimos fue subir a una terraza a tomar unos tragos y fumar unos cigarrillos.
En ese momento, un hombre se acercó y, notando que éramos nuevos, muy amablemente nos explicó el funcionamiento del lugar y dónde estaban los reservados.
Ya muy ansiosos y excitados, terminamos los tragos y decidimos conocer uno de los reservados. En esa sala solo se podía ingresar en parejas.
Una vez adentro, había una luz tenue y sillones continuos alrededor del salón. Era temprano, por lo que había muy pocas personas; de hecho, solo una pareja parecía a punto de empezar a coger.
Me senté, y mi esposa, como una puta hambrienta, se subió encima mío, moviendo las caderas en círculos, besándome salvajemente.
La calentura subía a niveles altísimos en cuestión de segundos..
Ella no aguantó más, se arrodilló frente a mí, bajó mi pantalón, y liberó mi pija dura y palpitante. Comenzó a chupármela como solo ella sabe hacerlo: siempre le digo que es una petera increíble, porque se la traga entera con una habilidad única.
Después de varios minutos de chupármela con ganas, se levantó, se secó la baba alrededor de la boca —es muy babosa cuando chupa— y volvió a subirse encima de mí. Esta vez le saqué el short, dejando su culo entangado totalmente expuesto al resto de la gente, que para entonces ya empezaba a llenar la sala.
Varios no podían dejar de mirar ese culo con deseo.
Corrí su tanga a un lado y comencé a penetrarla, sintiendo su concha caliente y húmeda tragándome la pija.
El ambiente era cada vez más salvaje: cuerpos desnudos, gemidos en el aire, el olor del sexo flotando en cada rincón.
Nuestra excitación no hacía más que aumentar.
Casi sin darnos cuenta, una pareja se acercó y se instaló a nuestro lado, cogiendo también.
Mientras seguíamos dándolo todo, mi mano fue a parar a las tetas de la otra mujer; empecé a frotarlas y a jugar con sus pezones erectos.
Al mismo tiempo, el otro hombre comenzó a manosear el culo de mi esposa.
En cuestión de segundos, estábamos todos conectados: cada uno cogía a su pareja mientras manoseaba a la del otro.
Finalmente, decidimos intercambiar.
Me hice a un lado y la otra mujer se subió sobre mí, completamente desnuda.
Comencé a chuparle las tetas con hambre mientras la penetraba. Su concha estaba tan mojada que podía sentir cómo brotaban pequeños chorros de su interior, mientras yo la agarraba del culo y la embestía con fuerza, sus gemidos eran desesperados.
Mi esposa, a mi lado, cabalgaba la pija del otro hombre.
Verla coger con otro frente a mí fue una de las escenas más excitantes que jamás haya vivido.
El hombre estaba tan caliente que, al poco tiempo, acabó dentro de ella dejándola llena de semen.
Se retiró, y mi esposa se quedó a mi lado, mirándome mientras yo seguía cogiendo a la otra mujer.
Nos tocábamos los tres, excitados al máximo, hasta que mi esposa, con una voz llena de morbo, le preguntó a la chica:
—¿Te gusta cómo te coge mi esposo?
La respuesta de la mujer fue un grito ahogado de placer, su cuerpo estremeciéndose alrededor de mi verga, temblando mientras se corría brutalmente sobre mí.
Después de esa primera experiencia de intercambio, decidimos salir a tomar un poco de aire.
Aunque nuestros cuerpos estaban transpirados y nuestras mentes saturadas de placer, la excitación seguía hirviendo por dentro.
Tras ese breve descanso, no pudimos resistir la tentación de volver a los reservados, esta vez a uno donde entraban tanto parejas como hombres solos: el terreno perfecto para una orgía. Apenas entramos, me senté en uno de los sillones.
Mi esposa, todavía incendiada de deseo, se quedó en tanga en cuestión de segundos, se arrodilló entre mis piernas y empezó a chupármela otra vez, como la puta hambrienta que estaba demostrando ser esa noche.
Era prácticamente la única mujer en la sala.
Varias cabezas se giraron al verla así: una putita deliciosa, en tanga, mamando una verga con desesperación.
No tardaron en acercarse.
Un hombre se sentó a mi lado, sacó su pija dura, y mi esposa, apenas la vio, no pudo resistirse: empezó a hacerle un pete húmedo y voraz, pasando de una verga a la otra como si fuera su fantasía más profunda.
Mientras la chupaba, no soltaba mi pija, masturbándome con su mano suave y mojada de saliva.
El espectáculo era brutal.
En cuestión de minutos, estábamos rodeados de hombres, todos con la pija afuera, haciéndose pajas mientras observaban la escena.
Algunos se acercaron más y empezaron a manosear el cuerpo de mi esposa.
Sus manos recorrían su culo redondo, tiraban de su tanga, le metían dedos en su conchita completamente empapada.
Ella seguía chupándosela al tipo de al lado, pero en su rostro se notaba el subidón de placer que sentía al ser manoseada por tantos al mismo tiempo.
Después de un rato, giró la cabeza curiosa, y se sorprendió: al menos seis hombres estaban a su alrededor, pajeándose descaradamente, todos duros, todos deseándola.
A ella la volvía loca saberse el centro de tanta lujuria y el motivo de tantas pajas.
En su mente sólo pasaba una imagen: arrodillarse en el centro y chuparles la pija uno a uno, dejarse usar por todos.
Pero en medio de la multitud, hubo uno que captó toda su atención.
Un tipo alto, totalmente desnudo, con rastas, piel curtida y una vibra salvaje.
Su pija era larga, gruesa y brillaba de lo dura que estaba.
Él se acercó, y mi esposa, sin dudarlo, se la metió en la boca, devorándola.
El tipo la agarró con fuerza, se sentó y, sin más, la acomodó encima suyo, pidiéndole que lo cabalgara.
Ella, excitada como nunca, obedeció de inmediato.
Por un momento pensó que el tamaño la haría doler, pero su concha estaba tan mojada, tan dilatada de deseo, que se sentó completa sobre ese tronco sin resistencia, sintiendo cómo la llenaba hasta el fondo.
Cada vez que bajaba hasta la base, sus huevos chocaban contra su culo, y el rostro de mi esposa se desfiguraba de placer.
Gemía sin control, moviendo sus caderas como una auténtica puta desesperada por más.
El salvaje la agarraba con fuerza de las caderas, la empalaba con embestidas bestiales.
Le tironeaba la tanga hasta casi romperla, le mordía los pezones duros y le decía en voz baja:
—Tenés una cara de puta tremenda…
Yo, mirándolos, estaba completamente desbordado de lujuria, pajeándome duro mientras veía cómo mi esposa era domada salvajemente.
En ese momento, la otra mujer de la sala se acercó.
Aprovechando mi erección, se agachó y empezó a chuparme la verga.
La agarré de la nuca y la obligué a tragársela hasta el fondo, mientras mis ojos no se despegaban del espectáculo que daba mi esposa.
El tipo salvaje la cogía cada vez más rápido, más brutal.
Los gemidos de mi esposa retumbaban en la sala.
Hasta que, de repente, el tipo se puso rígido, gruñó y descargó toda su leche caliente dentro de su concha.
Mi esposa, sintiendo esa explosión adentro, terminó también en un orgasmo que la sacudió de pies a cabeza.
Se levantó temblando, con semen escurriéndole entre las piernas y la boca húmeda de tantas pijas que había chupado.
Se puso su ropa como pudo, con la tanga corrida y el cuerpo brillando de sudor y fluidos.
Así terminó nuestra primera noche de aventuras sexuales, la primera de muchas aventuras más calientes.