Mi primera infidelidad antes de casarme

Conocí a mi futuro esposo siendo muy joven. Estuvimos tres años de novios, y cuando nos conocimos, yo era inexperta en el ámbito sexual. Aunque tuve un par de oportunidades antes de él, siempre sentí que no era el momento adecuado. En aquella época, mi cuerpo era joven y esbelto: piernas tonificadas, curvas pronunciadas y un busto firme que llamaba la atención. Cuando cumplimos nuestro tercer aniversario, él me propuso matrimonio. Acepté sin dudarlo. Nuestro futuro parecía prometedor, con el apoyo incondicional de nuestras familias.

Los preparativos de la boda avanzaban sin contratiempos, y estábamos a solo un mes de dar el sí cuando mis amigas me sugirieron organizar una despedida de soltera en un boliche de la ciudad. Los amigos de mi prometido harían lo propio en nuestra casa, así que accedí, con la condición de que fuera una salida tranquila, solo para bailar un rato y regresar temprano. No podía imaginar que esa decisión marcaría un antes y un después en mi vida.

La noche llegó, y al entrar al boliche, noté que estaba medio vacío. Aunque no era lo que esperaba, me alegró, pues solo quería disfrutar de la compañía de mis amigas. Pedimos unas copas, reímos y bailamos un rato, hasta que un grupo de hombres llamó nuestra atención. Eran cuatro tipos atractivos, altos y con cuerpos trabajados que no pasaban desapercibidos. Poco a poco, se acercaron a nosotras, nos invitaron a bailar y, casi sin darnos cuenta, cada una de mis amigas terminó emparejada con uno de ellos. Yo, incómoda con la situación, decidí retirarme a la barra. No quería involucrarme con nadie; después de todo, estaba a punto de casarme.

Mientras observaba a mis amigas, perdidas en la música y en los brazos de aquellos hombres, uno de ellos se acercó a mí. Era alto, de mirada intensa y una sonrisa que desprendía confianza. Se presentó como Alan, y su voz era suave pero segura.

—Hola, ¿te molesta si me siento aquí? Mis amigos parecen estar… bastante ocupados —dijo, señalando hacia el grupo, donde las risas y los movimientos sugerían algo más que un simple baile.

—No, no hay problema —respondí, tratando de sonar indiferente.

—Gracias. No suelo hacer esto, pero no pude evitar notarte. Pareces diferente al resto —comentó, con una sonrisa que me hizo sonrojarme.

—Diferente, ¿en qué sentido? —pregunté, arqueando una ceja.

—No sé… más reservada, quizás. Como si no pertenecieras a este lugar —dijo, mientras pedía dos tragos al barman.

—Es mi despedida de soltera —expliqué, mostrando el anillo de compromiso—. No suelo salir mucho.

—Ah, eso explica muchas cosas —respondió, con una carcajada—. Aunque, con tu belleza, no me sorprende que ya estés comprometida.

La conversación fluyó con naturalidad. Alan era encantador, divertido y sabía cómo hacerme reír. Los tragos comenzaron a llegar, uno tras otro, y antes de darme cuenta, ya había perdido la cuenta. Mis inhibiciones se desvanecieron, y la noche se convirtió en una mezcla de risas, miradas cómplices y un creciente deseo que no podía ignorar.

—Basta, era solo un trago —dije entre risas, intentando recuperar el control.

—Relájate, es tu noche. Mereces disfrutarla —respondió él, acercándose un poco más.

En un momento de descuido, intercambiamos números. Aunque intenté poner límites, sabía que estaba jugando con fuego.

—No me mandes mensajes a cada rato. Mi novio es celoso —advertí, tratando de sonar firme.

—No te preocupes, pero con una mujer como tú, es difícil no intentarlo —dijo, mientras sus ojos recorrían mi cuerpo con una intensidad que me erizó la piel.

La música sonaba más fuerte, y el ambiente se volvía cada vez más cargado. Él extendió su mano hacia mí, con una mirada que no dejaba lugar a dudas.

—Ya sé que estás cansada, pero… ¿no te gustaría bailar? —preguntó, con una voz que era casi un susurro.

En ese momento, supe que estaba a punto de cruzar una línea de la que no habría vuelta atrás.

Entre dudas, acepté. Bailamos un rato, riendo y disfrutando del momento, hasta que comenzó a sonar una canción lenta. Con un poco de vergüenza al principio, nos acercamos cada vez más, hasta que nuestros cuerpos quedaron pegados. Fue entonces cuando lo sentí: su enorme erección, dura y firme, presionando contra mí. Una oleada de deseo recorrió mi cuerpo, una calentura que nunca antes había experimentado. Él también parecía estar igual de excitado, y en un gesto audaz, deslizó sus manos por mi espalda hasta llegar a mi culo, apretándolo con firmeza.

—Qué hermoso cuerpo tenés… —murmuró al oído, con una voz cargada de deseo.

Estaba a punto de perder el control, de devorarle la boca allí mismo, pero en un último momento de lucidez, me separé bruscamente de él, sintiendo cómo las mejillas me ardían de vergüenza.

—¡Perdón, no puedo! —exclamé, casi sin aliento.

Y antes de que pudiera decir algo más, salí corriendo, buscando a mis amigas para irnos de allí lo más rápido posible.

Esa noche, el sueño fue esquivo. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a sentir sus manos en mi cuerpo, su respiración caliente en mi cuello, y cómo me hacía suya en mis fantasías más íntimas. Soñé con él, con su cuerpo sobre el mío, y desperté con las sábanas empapadas, el corazón acelerado y una mezcla de culpa y deseo que no podía sacudir. Por suerte, mi novio se había quedado dormido en el sofá, exhausto por la cerveza que había bebido durante su despedida de soltero. Me levanté rápidamente, limpié la habitación y me preparé para enfrentar el día.

Mientras recogía los restos de la fiesta en la sala, mi mente no dejaba de divagar hacia lo ocurrido la noche anterior. Fue entonces cuando mi teléfono vibró. Era un mensaje suyo.

—Hola, soy yo. Perdón por lo de anoche, creo que me pasé con un par de tragos.

Leí el mensaje varias veces antes de responder, tratando de mantener la compostura.

—Hola, no pasa nada. Lo que pasó, pasó. Solo que no vuelva a ocurrir, por favor.

La respuesta llegó casi de inmediato.

—¿Eso significa que puede haber otra salida?

Vacilé un momento antes de escribir.

—Mmmm, puede ser.

—Jajaja, dale. Te prometo que será solo para charlar como lo hicimos. La pasé muy bien.

—Yo también me divertí mucho —respondí, sintiendo cómo una sonrisa se dibujaba en mi rostro a pesar de todo.

—Bueno, después te hablo. Tengo que ir a cocinar. Chau.

—Chau, hermosa.

Estaba tan caliente que no podía creer lo que estaba haciendo, dándole lugar a él de esa manera. Pero la verdad es que, cuando sentí su pene, fue una sensación tan única que mi esposo nunca me había dado. Él era tan distinto a mi marido que me hizo cuestionarme si realmente estaba con la persona correcta. Esa experiencia me hizo dudar, incluso a pocos días de mi boda.

Pasaron los días y traté de no mirar el celular. Tenía varios mensajes suyos, pero no respondí a ninguno. Quería hacer las cosas bien con mi novio, a pesar de que todavía no habíamos tenido relaciones sexuales. Cada vez que dormíamos juntos y él me rozaba con su pene, nunca sentí nada parecido a lo que él me hizo sentir. Quizás eso era lo que necesitaba.

Luego, un viernes, a una semana de mi boda, salí a hacer algunas compras. Todavía nos faltaban algunas cosas pequeñas para la ceremonia. Salí con ropa deportiva que se ajustaba perfectamente a mi cuerpo, resaltando cada curva. Al llegar a la tienda, me excedí comprando cosas que no necesitaba, y como estaba sola, me costaba llevar todo al auto. En un momento, se me cayeron un par de bolsas, y de repente, un hombre se detuvo para ayudarme.

—Disculpe, déjeme ayudarla, señorita —dijo, agachándose para recoger las cosas.

—¡Muchas gracias! —respondí, y cuando levanté la vista, lo reconocí de inmediato—. ¡Alan!

—¡Alma! ¡Qué hermosa sorpresa! —exclamó, con una sonrisa que me hizo sonrojar.

—Llegaste en el momento justo. ¿Me ayudás a llevar estas cosas al auto? —pregunté, sintiendo cómo mis mejillas se encendían.

—Por supuesto, no te hagas problemas. Te ayudo —dijo, riendo.

No podía creer que me había encontrado con él, el hombre que me había hecho dudar de mi relación. Mientras caminábamos hacia el auto, la conversación fluyó entre risas incómodas y miradas cargadas de tensión. La atracción entre nosotros era palpable, y ambos lo sabíamos.

—¿Por qué no me respondés los mensajes? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.

—Disculpá, en estas semanas lo último que miré fue el teléfono. Estuve ocupada con los preparativos de la boda —respondí, tratando de sonar casual.

—Ah, claro. Yo pensé que ya me habías olvidado —dijo, con un tono de broma, pero sus ojos decían otra cosa.

—No, no —reí, intentando disimular mi nerviosismo.

—Bueno, aprovecho para invitarte a unos tragos mañana. ¿Qué te parece? —preguntó, con una sonrisa pícara.

—Mmm, no lo sé. No estoy segura de que mi novio esté de acuerdo o qué pensará —respondí, jugando con las bolsas que llevaba en las manos.

—No te preocupes, podés decirle que salís con tus amigas. Yo llevaré a mis amigos, y la pasaremos bien, como «amigos» —dijo, guiñándome un ojo antes de soltar una carcajada.

Llegamos al auto, y mientras guardaba las cosas, noté cómo sus ojos no se despegaban de mi cuerpo. Yo, sintiendo la calentura recorrer mi piel, me incliné un poco más de lo necesario, fingiendo que estaba acomodando las bolsas, pero en realidad estaba coqueteando con él. Funcionó, porque al mirar por el espejo retrovisor, vi cómo se quedaba embobado, mirando mi culo.

—¿Perdiste algo? —pregunté, mirándolo a través del espejo con una sonrisa pícara.

—No, solo me aseguraba de que estuvieras acomodando bien las cosas, para que no se te cayeran —respondió, acercándose más.

En ese momento, sentí cómo su cuerpo se pegaba al mío, y su erección presionaba contra mi culo. Un escalofrío recorrió mi espalda.

—¡Alan! ¿Qué estás haciendo? —exclamé, tratando de sonar seria, pero mi voz tembló.

—Perdón, me resbalé —dijo, riendo con nerviosismo.

—Está bien, no pasa nada, pero ya podés alejarte —respondí, intentando mantener la compostura.

—Sí, sí, perdón —dijo, dando un paso atrás.

—Bueno, Alan, mil gracias por ayudarme. Te debo una —dije, cerrando la puerta del auto.

—Listo, entonces mañana salimos, y así estamos a mano. Invitá a tus amigas, y yo llevo a mis amigos —propuso, con una sonrisa que me hizo dudar.

—Mmm, bueno —respondí, mirándolo con indecisión.

Nos despedimos con un beso en la mejilla, pero nuestros labios estuvieron a punto de rozarse. Mientras tanto, sus manos apretaron mi cadera con firmeza, dejando claro que la tensión entre nosotros estaba lejos de desaparecer.

Después de aquel encuentro, sentí una calentura que no podía controlar. Apenas subí al auto, me toqué por encima de la ropa interior y noté que estaba completamente mojada. No lo podía creer. Estaba tan excitada que, al llegar a casa, dejé las compras en la mesa y fui directo al cuarto, donde mi marido estaba descansando. Sin darle tiempo siquiera a decirme hola, me subí encima de él.

—Hacéme tuya, bebé —le susurré al oído, mientras mis manos recorrían su cuerpo.

—¿Qué te pasa, amor? ¿Estás bien? —preguntó, sorprendido por mi actitud.

No respondí con palabras, sino con besos en su cuello y caricias que dejaban claro lo que quería. Aunque habíamos decidido esperar hasta la noche de bodas, mi calentura pudo más que cualquier promesa.

—¿Estás segura, amor? —preguntó, con una voz entrecortada por el deseo.

—Sí, hacéme tuya como nunca —respondí, mientras me quitaba el sujetador y él se sacaba la remera.

Tuvimos sexo durante unos veinte minutos. No era un tiempo corto, pero la verdad es que él se vino dos veces, y yo todavía no había llegado al clímax. Cuando finalmente se detuvo, me miró con una sonrisa de satisfacción.

—Guau, sos increíble —dijo, jadeando.

—Vos también, bebé, pero sigamos —respondí, intentando que se levantara de nuevo.

—Esperá, amor, estoy cansado —murmuró, y antes de que pudiera decir algo más, se quedó dormido.

No lo podía creer. Entre la calentura y la frustración, me quedé despierta hasta las tres de la mañana, revolviéndome en la cama. Fue entonces cuando mi teléfono vibró. Era un mensaje suyo.

—No te olvides que mañana nos vemos. Ah, y no te olvides de llevar a tus amigas.

Respondí casi de inmediato.

—Sí, sí, mañana nos vemos.

—¿Qué haces despierta tan tarde? —preguntó.

—Lo mismo pregunto —respondí, jugando con sus palabras.

—Recién llegué de un viaje de trabajo.

—Ah, sí, me acuerdo que me contaste.

—Sí, pero vos, ¿por qué estás despierta?

—Me quedé viendo una película —mentí, sin querer entrar en detalles.

—Sí, sí, seguro. Ajá. Seguro estabas con tu marido haciendo cosas…

—Jajajá, ¿qué «cosas» te referís? —pregunté, riendo.

—Dale, jajajá, sabés a lo que me refiero.

—Jajajá, buenas noches —respondí, cortando la conversación.

No quería contarle que había tenido sexo por primera vez con mi marido y que había sido un desastre. Pero al día siguiente, me desperté sintiéndome extrañamente feliz, como si algo en mí hubiera cambiado. Había soñado con él otra vez, y la humedad en la cama hizo que mi marido pensara que había sido por nuestra noche de “pasión”.

—Qué bien la pasamos, ¿no? La cama resistió mucho, jajajá —dijo, riendo.

—Sí, demasiada pasión —respondí, con un tono sarcástico que él no captó.

Cuando llegó la noche, le dije que saldría con mis amigas. Él no tuvo problemas, ya que era sábado y su equipo de fútbol jugaba, así que invitó a unos amigos a ver el partido en casa.

Mientras me preparaba para salir, decidí no llamar demasiado la atención. Me puse una ropa interior sencilla, un pantalón de cuero ajustado, un top negro y una campera de cuero corta. Al llegar, mis amigas y yo tomamos un taxi y nos fuimos.

Al llegar al lugar, él y sus amigos ya nos estaban esperando. Nos saludamos todos, y de inmediato nos invitaron unos tragos. La música sonaba fuerte, y no tardamos en empezar a bailar. Pasamos horas divirtiéndonos con el grupo, pero poco a poco, sus amigos y mis amigas comenzaron a irse, cada uno por su lado. Ellas, obviamente, estaban contentas; ya habían tenido sexo con ellos antes y se sentían en total confianza. Yo, en cambio, estaba indecisa. Mi cuerpo me pedía que me entregara por completo a él, pero mi cabeza intentaba mantenerme a distancia, pensando una y otra vez en mi futuro esposo.

En un momento, volvió a sonar una canción lenta. Nos acercamos de nuevo, y esta vez el baile fue más íntimo. Se notaba que él estaba excitado; cada vez se pegaba más a mí, hasta que nuestros cuerpos quedaron completamente unidos. Sentí su erección, dura y firme, presionando contra mí. Aunque sabía que estaba mal, no podía evitar disfrutarlo.

—Me ponés muy caliente, ¿sabías? —murmuró al oído, con una voz que me erizó la piel.

—¿En serio? —pregunté, tratando de sonar indiferente, aunque mi voz tembló.

—Sí. Si no estuvieras en pareja, te llevaría a mi casa y te haría mía —dijo, con una intensidad que me dejó sin aliento.

—Ay, ¿qué decís? —respondí, sintiendo cómo el rubor me subía por las mejillas.

—Estás súper hermosa. Tenés unas tetas y un culo enormes. ¿Quién no querría hacerte el amor? —añadió, mientras me daba una vuelta, mirándome de arriba abajo con una mirada que me hizo sentir desnuda. Sus manos bajaron hasta casi tocar mi culo, y la tensión entre nosotros era palpable.

—Basta, no me confundas más —dije, aunque mi voz sonó más débil de lo que hubiera querido.

Estaba a punto de ceder, de entregarme a él por completo, cuando mi teléfono vibró. Era un mensaje de mi novio, diciéndome que estaba por ir a buscarme. Eso me devolvió a la realidad. Lo aparté de mí con suavidad y le dije que tenía que irme. Cuando estaba por salir, me di vuelta y lo vi embobado, mirándome el culo. Eso solo me puso más caliente, pero lamentablemente, tenía que irme. Si no fuera por el mensaje de mi novio, probablemente habría terminado en su cama esa misma noche.

Apenas llegó mi marido, entré rápido al auto y, sin mediar palabras, le comí la boca.

—Llevame a casa rápido. Quiero cogerte toda la noche —le dije, con una voz cargada de deseo.

Él me hizo caso, y esa noche tuvimos sexo durante horas. Duró más que la vez anterior, y aunque solo se vino una vez, yo seguía insatisfecha. Mi cuerpo pedía más, pero no sabía cómo decírselo sin herir sus sentimientos.

Al día siguiente, recibí un mensaje suyo.

—Hola, disculpá por lo de anoche. Me dejé llevar, y bueno…

—No te disculpés. Yo también me dejé llevar, pero bueno… lo importante es que la pasamos bien —respondí, tratando de sonar casual.

—Eso es lo que importa, que la pasamos bien —dijo, con una sonrisa en forma de emoji.

—Sí, sí. Bueno, me voy, tengo que hacer ejercicio —respondí, intentando cortar la conversación.

—Esperá un segundo —escribió, antes de que pudiera cerrar la app.

—Te paso la dirección de mi casa, por si algún día estás libre y yo también. No sé… quizás podamos hablar en un ambiente más tranquilo que un boliche.

—Bueno, chau —respondí, sin comprometerme a nada.

Le respondí de manera un tanto tajante, pero en realidad, lo que quería decirle era que deseaba estar en su cama en ese mismo instante. Sin embargo, intenté calmar esos pensamientos. Me puse la lencería que había comprado para la luna de miel y me miré al espejo. Empecé a preguntarme qué necesitaba para apagar esta calentura que llevaba dentro. Justo en ese momento, recibí un mensaje de mi novio.

—Faltan tres días para ser felices para siempre —decía el mensaje.

Eso me hizo recordar lo mucho que lo amaba, pero, como si el destino se burlara de mí, recibí otro mensaje, esta vez de él.

—Aquí te dejo mi dirección. Si querés venir ahora y tomar un café, estoy solo en casa…

Me quedé pensando unos segundos. Finalmente, decidí ir. Después de todo, no tenía nada que perder. Tal vez esto me ayudaría a sacarme la duda de si él era lo que necesitaba o si era igual a mi marido.

Me cambié rápidamente. Me puse un body de encaje que dejaba ver mis pechos, y encima, un pantalón vaquero ajustado y unas botas que me llegaban hasta las rodillas. Era un look atrevido, pero en ese momento no me importaba. Estaba dispuesta a todo.

Al llegar a su casa, me sorprendió lo lujosa que era. Tocé el timbre, y cuando abrió la puerta, se quedó boquiabierto al verme.

—¡Pero qué hermosa estás! Pasá, pasá, por favor —dijo, mientras yo entraba y él cerraba la puerta detrás de mí. Sus ojos no se despegaban de mi culo.

La situación fue un poco incómoda al principio. Nos sentamos en el sofá, cada uno en un extremo, sin hablar mucho. Él no podía dejar de mirar mis pechos, y yo, por mi parte, sentía que las dudas crecían en mí a medida que pasaban los minutos. De repente, decidí mandarle un mensaje a mi novio.

—Bebé, enseguida capaz que vaya a casa. Estoy un poco aburrida y te extraño demasiado —escribí.

—Dale, amor. Avisame nomás y te espero, amor de mi vida —respondió él casi de inmediato.

—Faltan horas para estar juntos para siempre —añadió en otro mensaje.

—Dale, mi vida. Te amo demasiado —respondí, sintiendo cómo el remordimiento empezaba a invadirme.

Después de esa serie de mensajes, quise irme. No sabía por qué había ido en primer lugar. La calentura se había disipado, y por primera vez en días, pude pensar con claridad. Me levanté del sofá y le dije:

—Sabés qué, me equivoqué en venir. Fue una pérdida de tiempo. Me voy.

Él, sin embargo, no estaba dispuesto a dejarme ir tan fácilmente. Con un movimiento rápido, tomó mi brazo y me acercó a él. De repente, mi culo estaba pegado a su pene, y la calentura volvió a apoderarse de mí. Sin poder evitarlo, empecé a mover mi cadera de manera sensual, sintiendo cómo la tensión entre nosotros crecía.

Él me dio la vuelta y, sin mediar palabras, nuestros labios se encontraron. Durante diez minutos, no hubo más que besos apasionados, mientras nuestras manos exploraban y desvestían lentamente. Él me bajó el body, dejando mis pechos al descubierto, y su boca se posó sobre ellos, chupando y mordiendo con una habilidad que me hizo gemir.

—Ah, ah, sí… hacéme tuya. Cogeme, por favor —susurré entre gemidos, sintiendo cómo el deseo me consumía.

—Vení, vamos a un lugar más cómodo —dijo, tomándome de la mano.

Me llevó a su habitación, que estaba en el segundo piso. Mientras subíamos las escaleras, él, astutamente, hizo que yo subiera primero, dándole una vista perfecta de mi culo.

—Qué hermoso culo tenés. Te quiero comer entera, bebé —murmuró, mientras sus manos acariciaban y apretaban mis nalgas.

—Soy toda tuya, papi —respondí, sintiendo cómo la excitación crecía en mí.

Al llegar al final de las escaleras, me levantó con sus brazos musculosos y me llevó en vilo hasta su habitación, sin dejar de besarme. Al llegar a la cama, me soltó con delicadeza y, mientras continuaba chupando mis pechos, me quitó las botas, el pantalón vaquero y el body. Una vez desnudos, se puso encima de mí y comenzó a penetrarme.

—Ah, ah, sí… hacéme tuya —gemí, sintiendo cómo su cuerpo se movía en sincronía con el mío.

—Alma, sos perfecta. ¿Te gusta, mi amor? ¿Te gusta? —preguntó, mientras su ritmo se volvía más intenso.

—Sí, ay, por favor… qué grande que la tenés —respondí, sintiendo cómo el placer se acumulaba en mi interior.

—Hacéme que me corra —supliqué, mientras mis uñas se clavaban en su espalda.

Estuvimos así por un rato, hasta que no pude aguantar más y llegué al clímax, temblando bajo su cuerpo. Pero él no había terminado. De repente, me hizo cambiar de posición, poniéndome encima de él. No podía creer que todavía no se hubiera venido.

—Dios, Alan, qué rico… sí, papi —gemí, moviéndome sobre él con desesperación.

—Dale, bebé, me vas a hacer venir —dijo, con una voz entrecortada por el placer.

—Sí, bebé —respondí, sintiendo cómo el orgasmo se acercaba de nuevo.

—Ponete en cuatro. Quiero cogerte todo ese culo —ordenó, con una voz que no admitía discusión.

Me puse en cuatro, y en ese momento sentí cómo me penetraba con toda su fuerza. Me sentía como una verdadera perra, entregada por completo al placer. Perdí la cuenta de cuántas veces me hizo llegar al clímax, pero estuvimos así durante horas, hasta que finalmente él también se vino. Nos quedamos tirados en la cama, exhaustos pero satisfechos. Yo le acariciaba su pene, mientras él no dejaba de masajear mi culo. Fue entonces cuando agarró el celular y se dio cuenta de que habían pasado dos horas.

—¡No puede ser! Ya pasaron dos horas. Tengo varios mensajes de mi novio —dije, mirando el celular con preocupación.

—Jajaja, la pasamos re rico, amor. Gracias —respondió él, con una sonrisa de satisfacción.

—Gracias a vos, bebé. Qué rica pija tenés —dije, mientras me vestía apresuradamente.

—Otro día se tiene que repetir —propuso, con una mirada llena de deseo.

—Mmm, ojalá, pero lo veo complicado —respondí, sintiendo cómo la realidad volvía a mí.

Mientras agarraba mis cosas y me cambiaba, él todavía no se había vestido. Solo llevaba puesto el bóxer, y no pudo resistirse a tentarme una última vez.

—Dale, Alma, no me podés dejar así —dijo, mientras sacaba su enorme pene del bóxer y me lo mostraba.

—Basta, ya le dije a mi novio que estoy yendo —respondí, aunque no podía evitar mirarlo con deseo, sintiendo cómo las ganas de ser penetrada otra vez crecían en mí.

Finalmente, me despedí de él con un beso apasionado, mientras sus manos no dejaban de acariciar mi culo.

—Chau, bebé —dije, mientras agarraba su pene por última vez.

—No lo calentés, que después me quedo con las ganas —respondió, riendo.

—Chau, gracias —dije, sintiendo cómo la tentación me llamaba a quedarme.

Al salir, me di vuelta y lo vi tocándose el pene, sin poder apartar la mirada de mi culo. Tenía ganas de quedarme, pero por alguna razón, agarré las llaves de mi auto y salí rumbo a casa.

Esa fue la situación que desencadenó lo perra que fui. En ese momento, me sentí aliviada. Llegué a casa feliz, y unos días después, me casé con mi marido. La calentura se había ido, pero no por mucho tiempo… En el próximo relato, te contaré lo que sucedió después.

Deja un comentario