La tentación de la suegra

Mi historia comienza a mis 22 años, aunque todo se remonta a los 19, cuando inicié un noviazgo con quien hoy es mi esposa. En ese entonces, mi relación con mis suegros era normal, la típica de un yerno. Todo transcurría sin novedad hasta que mi novia quedó embarazada y tuvimos a nuestra hija. Los meses siguientes vivimos juntos, y la vida siguió su curso, tranquila, hasta que un evento lo cambió todo para siempre.

Mi esposa y yo fuimos invitados a una cena de gala. Ella me comentó que su madre se había comprado un vestido escotado, del cual no estaba del todo convencida. No le di importancia, pero al llegar a la fiesta, la vi. No me senté con ellos al principio, pero cuando nos acercamos para saludar, mis ojos se toparon con un vestido que, de forma provocadora, solo cubría sus pezones. En ese instante, descubrí algo que nunca antes había notado: mi suegra tenía unas tetas enormes y deliciosas. Literalmente, me quedé sin aliento. Pasé toda la noche hipnotizado, con los ojos fijos en su escote, deseando poder tocar lo que veía.

Durante la cena, nos levantamos para servirnos y, por casualidad, quedamos frente a frente con mis suegros. Hablar con ella se volvió una tortura, mi mirada se perdía inevitablemente en su pecho. Cuando mi suegro me vio, me miró con una ceja levantada, una mirada que me decía: “Todo eso es mío”. La noche terminó y cada uno se fue a su casa, pero mi mente estaba lejos de la normalidad.

De camino a casa, le dije a mi esposa: “Tu mamá se veía muy coqueta”. Ella se lo tomó a broma y al día siguiente le contó a su madre. Su suegra solo sonrió con picardía. A partir de ese día, cada vez que teníamos la oportunidad, bromeaba con mi suegra, diciéndole a mi mujer: “Dile a tu mami que se ponga el vestido de aquella noche”. Ella lo tomaba con humor, pensando que para mí su madre era una señora mayor. Pero la verdad es que, hasta hoy, sus pechos parecen los de una mujer de 20 años: firmes, sin una sola marca.

Desde esa noche, mi suegra se convirtió para mí en una mujer. Todo lo que hacía buscaba seducirla, buscando que se fijara en mí como un hombre, no solo como el marido de su hija.

La normalidad continuó, pero mis miradas indiscretas se hicieron cada vez más atrevidas. Mi suegra vivía con mi cuñada, su hijo y mi suegro. Por suerte, mi suegro viajaba mucho por trabajo, incluso por meses, por lo que mi suegra pasaba mucho tiempo sola. Una noche, mi esposa me pidió que fuera a casa de su madre para recoger algo, pero en realidad quería que la visitara porque era su primera noche sola. Eran las 10 de la noche. Entré y el saludo fue normal, un abrazo y un beso en la mejilla. Sin embargo, algo fue diferente: mientras me abrazaba, su mano se deslizó hasta mi trasero, un movimiento que desató mil fantasías en mi mente.

Aunque me dije que había sido un accidente, la tensión era innegable. Me invitó a cenar y a tomar un café, y su atención era exquisita. Nos sentamos a charlar y sentí su deseo. Al despedirme, el abrazo fue más largo, su mano volvió a mi trasero y mis pensamientos volaron. No podía dejar de pensar en lo que había pasado.

Días después, volví con mi esposa a su casa. Tenía que comprobar si mi mente me estaba jugando una mala pasada. Pero esta vez, el saludo fue normal, sin ningún roce atrevido. Me sentí decepcionado, pero mi deseo no disminuyó. Seguí buscando la oportunidad de volver a verla a solas. Mi oportunidad llegó al poco tiempo, cuando fui a recoger algo. Para mi sorpresa, al saludarla, su mano volvió a deslizarse hasta mi trasero. Y lo mismo al despedirme. A partir de ese momento, entendí que no era una casualidad. Comencé a visitar su casa cuando sabía que estaría sola, y cada vez, su saludo era una provocación: sus manos acariciaban mi trasero, mientras su mirada me decía que me deseaba.

Entendí que solo quería una cosa: comerme esas enormes y deliciosas tetas. La tensión sexual entre nosotros crecía cada día hasta que una noche, después de una pelea con mi esposa y casi tres semanas sin sexo, mi deseo se desbordó. Fui a verla con la intención de dejar claro lo que quería. La abracé por la cintura con fuerza, sintiendo el peso de sus pechos en mi pecho. Conversábamos, pero en mi mente solo existía una cosa: desnudarla. Mi erección se hizo evidente a través de mis shorts. Ella se percató, me miró a los ojos, y se humedeció los labios con nerviosismo.

No pude más. Me acerqué y le susurré: “Siempre eres tan atenta conmigo, tan linda. ¿Me disculpas?”. Ella, confundida, me respondió: “¿Disculparte por qué?”. Mi respuesta fue un beso apasionado. La jalé por el brazo y la senté en mis piernas, su pecho contra mi cara. Mientras nos besábamos, le rompí la blusa y le quité el sostén, para finalmente saborear sus pechos. Sus gemidos al sentir mi lengua en sus pezones me volvieron loco.

En el clímax, entre jadeos, me pidió que no me viniera dentro de ella. Cuando terminó, se arrodilló, y su boca me satisfizo, pidiéndome que me viniera sobre sus enormes y gloriosos senos. Terminamos exhaustos, sin decir una sola palabra.

Durante meses, le mentí a mi mujer, diciéndole que iba a la universidad por las noches cuando en realidad me iba a la casa de mi suegra. Nos veíamos a diario, como dos amantes jóvenes y apasionados.

Si has llegado hasta aquí, no te pierdas la continuación de esta historia, porque esto solo ha sido el principio. Mi cuñada también se une a la historia.

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