Recuerdo aquella primera vez, cuando decidí aceptar su propuesta de hacerme el amor anal. Me encontraba realmente asustada aunque confiaba en que él me trataría con mucho cariño y cuidado. Realmente fue una experiencia muy placentera aunque creo que por ser la primera vez, no fue mejor que las cogidas vaginales y mamadas que por tanto tiempo hemos practicado.
Aquel viernes, como a las 4pm nos fuimos al motel. Entramos e iniciamos con un juego de caricias muy cargadas de erotismo, como siempre lo hemos hecho; luego los besos apasionados, muy húmedos, comenzaron a templarme; mis pezones empezaron a ponerse duros; mis pechos, se preparaban para la mamada fabulosa que siempre me pega antes de cogerme. Tenía bien dura la polla, la podía sentir rozando mi concha aunque estábamos aun con la ropa puesta.
Sus manos, empezaron a tocarme las tetas, me sacó una y empezó a mamar y a morderme el pezón izquierdo, dónde él sabe que más me gusta. Yo comencé a moverme como víbora y solamente atinaba a corresponderle agarrándole la polla y esos huevos, que me encantan tanto.
Mientras seguía mamando, me agarraba fuertemente las nalgas y me metía una que otra vez la mano entre las piernas, como si supiera que empezaba a mojar mi concha, como si estuviese orinada; así me pongo cuando cojo con él.
Como si fuera requisito previo para un polvo entre nosotros, le empecé a soltar la faja y a aflojarle el pantalón con la única intención de mamársela como a él le gusta. De seguido me agaché y metí su polla caliente en mi boca, cual bocado de fiesta. No habían pasado veinte segundos, cuando la punta ya rozaba mi garganta, toda adentro, me fascina hacer eso, aunque siento que voy a ahogarme, pues aun estoy aprendiendo a hacerlo poco a poco; mi meta es tragármela toda.
Así iniciamos la primera vez, con la deliciosa rutina de siempre; es algo así como un ritual antes de coger.
Hasta ese instante repetíamos el cortejo que practicamos cada vez que hacemos el amor y podría decirse que me estaba comportando como toda una experta, pero no; hasta ahí estábamos en la primera parte de los palos que por más de diez años nos hemos echado. Lo que sigue es lo que declara mi primera vez.
Esta vez, decidí darle el culo. Sí, por primera vez en tantos años, decidí ponérselo para que me diera por detrás; varias veces antes me lo había pedido y yo no había querido. Cuando él mismo sintió que me encontraba preparada para el pinchazo, me volteó y comenzó a besarme la espalda y las nalgas; me mamó la concha, con el gusto de siempre hasta sacarme un orgasmo y empezó a lamerme el culo; como si siempre lo hubiera practicado conmigo. Me metió la punta de la lengua, me lo dejó bien mojado con su saliva. Luego caminamos hasta la cómoda, me recostó frente al espejo, como para que ver mis gestos faciales y comenzó a metérmela, poquito a poquito; suavecito, suavecito.
Yo sentía que me abrían el culo con un palo; sin embargo, sus palabras suaves me fueron tranquilizando y me fui relajando, empecé a abrir el culo despacio; comenzó a darme masajes en los hombros para relajarme; me la metía como a 1 milímetro por hora para no hacerme daño; más bien era yo la que le pedía más…
De repente, mis esfínteres se fueron acomodando y como dedo que atraviesa un anillo, así sentí que entraba la cabeza de su verga por mi culo; yo expresé un quejido, más que de dolor, de placer; de inmediato me preguntó que si me dolía, le respondí que no, que me sentía bien; comencé a sentirme cómoda, de nuevo le pedí más y él me dio más.
Continuó penetrándome como hasta la mitad, aunque yo sentía que me la había tragado toda. Pasado si acaso 2 minutos, empezamos a movernos despacito, metiendo y sacando como si fuera por la concha o por la boca; él me agarraba las tetas y me retorcía los pezones; yo estaba en otro planeta. Le pedía más…
Luego me dijo: «ya no aguanto… aquí voy, mami, toma, toma ay, mami… toma. Y de seguido, sentí cómo me llenaba de leche, calientita. Me sentí cómoda, muy cómoda. Así fue… ¡mi primera vez!