La mujer hermosa -boca abajo- está desnuda sobre la cama. Hundiendo su cabeza en la almohada, levanta anhelante sus caderas, abre sus piernas y espera. El amante observa extasiado a la hembra en celos que ahora menea sus nalgas grandes, redondas y bellas. Entonces se acerca y sus manos se aferran con fuerza al cuerpo de la mujer. Quiere -sin preámbulos- introducir su gran verga hasta el fondo de su cuerpo.
Pero algo no está bien para el amante; no toda su humanidad parece conmoverse con la escena. Mira entre sus piernas buscando una explicación. ¿Qué pasó con los casi 18 centímetros que tanto placer y orgullo le ha generado en sus años de pasión? Confía en que será cuestión de tiempo, pero pasan los segundos y no hay reacción. No comprende.
Entonces se masturba a centímetros del culo de la mujer y empuja levemente, quizás el roce de su piel suave y caliente lo despierte. Nada. Aumenta la presión de su mano sobre su pene fláccido con la esperanza de recuperar su orgullo perdido. Todo sigue igual. “¿Qué pasa?” pregunta ella. “No sé, se me vino la noche”, contesta.
Entonces, sin perder la postura, ella saca de debajo de la almohada un vibrador de veinte centímetros de largo y cinco de grosor, estirando el brazo hacia atrás le dice: “No te acomplejes, siempre podrá haber uno mejor que el tuyo”.