Me casé muy joven, a los 23 años. A los 25 tuve mi primer hijo. Cuando tenía 26 años, mi esposo se quedó sin empleo. Ese momento me llevó nuevamente a mis terribles 20 años, cuando estaba en quinto ciclo de contabilidad y mi papá, al igual que mi esposo, se quedó sin empleo. Tuve que dejar los estudios. Como hablo bastante bien el inglés, no me fue difícil conseguir un empleo como mesera en un restaurante en Miraflores, en la zona turística de Lima. Por sus precios, solamente frecuentado por turistas o peruanos con un nivel de ingresos medio o alto. Mi hoy esposo era uno de sus clientes.
En aquellos años, él solía ir con sus colegas a almorzar. Siempre era el más joven. Tenía sólo 28 años y, seguro todos sus colegas por encima de los 40s. De aquella época recuerdo que siempre dejaba muy buenas propinas. Muchas veces iba a comer solo, se sentaba siempre en la misma mesa, pues solía llegar temprano. Me tocaba atenderlo pues era mi zona asignada. Ni una sola vez me dijo algo fuera de lugar. Siempre cortés y amable, educado y respetuoso. Y con muy buenas propinas.