Me llamo Espineta tengo cuarenta y tantos años, soy viuda y tengo un hijo con 25 años. Los dos somos titulados universitarios, vivimos en una zona residencial de una gran ciudad y ambos trabajamos. Yo soy de altura regular, rubia, no muy gorda, aunque algo rellena, todavía luzco unas tetas bastante aceptables, aunque algo caídas, un culo respingón y unas piernas y muslos bastante bonitos según dice mi hijo.
Hace unos años me quedé viuda y en casa vivimos mí hijo y yo y en nuestros ratos de asueto nos lo pasamos bastante bien como os voy a contar. La historia comenzó hace unos años.
Todos los días al volver a casa de nuestros trabajos, nuestra vida era muy rutinaria, hablar de lo que nos había sucedido en el trabajo, leer un poquito, comentar nuestras cosas, ver la tele, ir al súper, esperar la hora de la cena etc. Después ver un poco la tele y marcharnos a la cama para descansar. Antes de irme yo a la cama, me iba a duchar. El cuarto de baño la ducha tenía una mampara blanca de plástico transparente y allí yo me acicalaba. Como estábamos los dos solos pues la puerta del cuarto de baño la dejaba abierta. Al poco tiempo me dio la impresión de que desde el pasillo mi hijo me estaba mirando ya que la mampara era transparente. Yo me enjabonaba el cuerpo, las tetas, el coño bien lavadito y después una vez me ponía un short me despedía y me iba a la cama.
Como digo, me cercioraba al meterme en la ducha de que efectivamente mi hijo me miraba como me duchaba, como me enjabonaba y frotaba todo mí cuerpo con el jabón, como me restregaba las tetas, los pezones, me abría bien de piernas para lavar bien el coño y esa situación pensar que estaba mirando me excitaba. Y una vez seca, sin salir me frotaba los pechos y me pasaba las manos por mí sexo varias veces para que él lo viera.
Una vez en la cama, como ya iba excitada, me masturbaba pensando en la situación y suspiraba y gemía de placer más fuerte de lo normal pensando que mi hijo lo estaría oyendo y pensando en ello tenía unos orgasmos maravillosos.
Al día siguiente al revisar yo su habitación veía unas grandes manchas en las sabanas que me indicaban que él también se masturbaba todas las noches.
Como quiera que esa situación había que decidirla, yo fui la que tomo la iniciativa. Me compré en unos grandes almacenes un camisón blanco transparente muy cortito, abierto por delante y tan cortito que apenas me tapaba el culo. Esa noche me fui a la ducha como siempre y después me puse el camisón que dejaba ver mis tetas, los pezones y el depilado coño y salí al comedor y le dije que le parecía la sorpresa. Mi hijo mirándome de arriba abajo con ojos escrutadores y me dijo que estaba preciosa. Enseguida se vino hacía mí y nos abrazamos y juntamos nuestras bocas y enlazamos nuestras lenguas queriéndonos comer uno a otro. Me quité el camisón, él se quitó el slip y desnudos nos abrazamos y abriéndome bien de piernas en el sofá le pedí, con ojos de hembra ardiente le rogué que me follara sin parar, que me metiera su dura verga hasta dentro mientras yo le decía:
—fóllame, fóllame cariño mío, métemela toda, quiero que me la metas hasta los huevos y me llenes de tu leche calentita.
Así en un alocado mete y saca con un bombeo frenético estallamos al unísono en el orgasmo más maravilloso que hayamos tenido.
Una vez que terminamos, nos metimos en la ducha, él me enjabonó y yo le enjaboné y vi que estaba otra vez con una tremenda erección al tiempo que me pedía que me abriera de piernas para volver a follarme. En solo unos minutos volvimos a gozar como no lo había hecho antes. Después nos marchamos a dormir, los dos dormimos desnudos en mi cama y a partir de ese día follamos con un enorme placer antes de levantarnos y por la noche antes de dormirnos.
Desde entonces disfrutamos muchísimo, mi hijo es mí amante, mi marido y a veces me encanta que sea mi chulo vicioso que se realiza y me atrapa sexualmente. Así somos muy felices desde hace unos años. Y espero que sigamos durante muchos años más.
Bueno, pues seguiré contando.