Mi primera vez con mi vecina madura

Después de lo que pasó en su departamento, Vero y yo seguimos viéndonos.

Ese fin de semana su hijo lo pasaría con su papá por lo que Verito y yo nos organizamos para estar juntos esos días.

En primera me dijo que no quería que fuera en su departamento o el mío, como vive sola con su hijo no deseaba que hablaran chismes de ella, por lo que acordamos rentar una habitación de hotel.

Fue el viernes, quedamos de vernos en un restaurante. Llegó hermosamente vestida con un vestido corto claro y un suetercito beige, y unas zapatillas negras de punta abierta.

La tomé por la cintura y la besé, fue un largo y apasionado beso, extrañaba sus labios y el sabor de su boca, bajé mis manos a sus duras nalgas.

—No tan rápido galán, tienes que ganártelo.

—Te extrañaba muñeca.

—Yo también—. Me dijo al oído.

Después de comer fuimos a un bar, platicamos de muchas cosas, me dijo que le había encantado lo que hicimos en su departamento aquella vez.

Mientras hablábamos ella frotaba su pierna contra la mía y me lanzaba miradas coquetas, yo acariciaba su rostro y la besaba con delicadeza. Pasada la medianoche salimos del bar.

—Yo elijo el hotel—. Advirtió ella.

Llegamos y subimos a la habitación. Le quité el suéter sin dejar de besarla en el cuello y los hombros.

Vero dijo que se sentía un poco mareada por el alcohol y se recostó en la cama. Me detuve a contemplarla, era como la Maja vestida. Se levantó de pronto, me tomó por el cuello de la camisa y me besó apasionadamente, quise agarrarla por las nalgas pero quitó mis manos de ella y me empujó tirándome a la cama.

Comenzó a mover sensualmente la cadera mientras se apretaba las tetas y deslizaba las manos por sus costados mientras se desabotonaba el vestido. Se inclinaba dándome la espalda y movía las nalgas de arriba hacia abajo.

—¿Te gusta guapo?

—Me encanta preciosa.

Se volteó hacia mí.

—Quítamela, pero sin usar las manos—. Dijo señalando sus bragas, se volteó y puso mis manos en su cadera.

Con los dientes empecé a bajarlas, estas cayeron al suelo e inmediatamente hundí mi rostro entre sus duras nalgas, saboreé el dulce néctar que escurría de su vagina, ella solo gemía y se inclinaba entregándome las nalgas.

—Levántate—. Me ordenó, se puso de rodillas, me sacó la verga y comenzó a chupármela mientras se dedeaba y frotaba mi pene contra sus pezones duritos.

La levanté y la acosté boca arriba, tomé sus pies y empecé a recorrer con mi lengua sus plantas y cada uno de sus dedos con lujuria, Verito respiraba profundo y gemía mientras se dedeaba. Continúe con sus piernas besando y lamiendo sus muslos, subí a su cosita, di lamidas en su clítoris muy dilatado y seguí hacia su abdomen besándolo, también su cintura y el borde de sus nalgas. Mis manos la acariciaban y mi boca la recorría por completo.

Verito me tomó del cabello y hundió mi cara en su conchita, ella gemía y se retorcía a la vez.

—Ya métela—. Dijo con insistencia.

Froté mi verga sobre sus labios húmedos, Verito me decía que ya se la metiera. Empujé suave y lentamente, podía sentir su calor y sus jugos lubricándome, cuando llegué al fondo ella soltó un fuerte gemido y sus piernas se tensaron aprisionándome. Por fin la había hecho mía.

Me detuve y me subí en ella para que me hiciera una rusa.

—¿Te gustan mis chichitas?

—Me encantan.

Ella me apretaba con sus tetas y yo empujaba para que me chupara la punta de la verga.

—Quiero de a perrito—. Dijo exhausta.

La volteé y la puse en cuatro. Le llevé la verga a la boca para que la lubricara. Entré lentamente, al tiempo que Verito relajaba la cadera. Sentía como iba entrando hasta el fondo y ella arqueaba la espalda gimiendo de alivio. La nalgueaba con fuerza pero con cuidado de no lastimarla. La tomé del cabello y la jalé hacia mí, no dejaba de gemir con cada embestida que le daba y ella se aferraba a las sábanas con uñas y dientes.

Me detuve un momento para besarla pero ella seguía moviendo la cadera frenéticamente como si quisiera exprimirme cada gota de leche, fue riquísimo.

—Acuéstate—. Me ordenó.

Me tiré en la cama y comenzó a chupármela, me besaba la verga, me lamía los testículos y se la metía hasta el fondo de la garganta.

Se montó sobre mí en cuclillas, subiendo y bajando rápidamente las nalgas.

—¿Te gusta guapito?—. Me dijo sonriendo.

—Me encanta muñeca hermosa—. Respondí sin aliento.

Luego se volteó dándome la espalda y continuó moviendo deliciosamente las nalgas mientras yo la nalgueaba y le dedeaba el culo. Volvió a girarse hacía mí, me besó en el cuello y el pecho, resopló exhausta limpiándose el sudor de la frente.

La puse boca arriba. Volví a ponerle las zapatillas, le abrí las piernas y me llevé sus tobillos a los hombros para poder lamer sus pies mientras ella recibía mi verga frenéticamente. Tensaba las piernas, era señal de que se estaba viniendo, pude sentir su néctar caliente escurriendo por debajo de mis huevos, eso me calentó bastante y yo empujaba con más fuerza sin dejar de lamer sus pies.

Cuando sentí que me venía saqué la verga, tomé a Verito por el cabello, apunté a su cara y descargué un chorro de leche hirviendo, se la metí en la boca y ella chupaba y yo seguía corriéndome, abrió la boca y pude ver que se había tragado toda mi leche.

Me tiré exhausto, jadeando, no sentía las piernas, Verito se acurrucó a mi lado.

—Estuvo muy rico amor.

—Desde que te vi me gustaste y deseaba probar tus besos, tus pies, todo tu cuerpo—. Dije mientras acariciaba su carita.

—La verdad, al principio no me caías bien, parecía que siempre estabas enojado pero a la vez me gustabas porque estás musculoso.

—Jajaja y ahora eres mía.

—¿Tuya? Yo no tengo dueño corazón—. Ambos nos reímos.

Seguimos abrazados en la oscuridad, nos besamos mientras nos acariciábamos. En algún momento nos quedamos dormidos.

Lentamente algo me despertó, sentí el pene caliente y mojado, cuando abrí bien los ojos Verito estaba terminando de chupármela, se subió sobre mí introduciéndose mi verga y comenzó a cabalgarme frenéticamente, no sé cómo recuperó su energía, yo sólo me dejé coger.

Cambiamos de posición, le abrí los muslos y comencé a embestirla, ella me abrazó con las piernas y apretándome me jalaba hacia ella. Chupaba sus pezones, le mordía los labios y ella gemía con fuerza sin soltarme.

Se corrió, me aparté para probar sus jugos, eran espesos y salados. Succioné su conchita, ella se retorcía de placer y continué con su orto.

Llevó su pie a mi boca, con el otro frotaba mi verga, volteé a verla, tenía su mirada fija en mí mordiéndose los labios. Restregué las plantas de sus pies en mi cara, lamía desde el talón hasta los dedos.

Ya no aguanté y me corrí en sus plantas, solté un gemido de alivio y me vacié en sus pies, ella solo se rio coquetamente.

Volvimos a abrazarnos en la cama.

El día siguiente continuamos dándole, solo salimos para comer y regresamos para despedirnos en el jacuzzi.

—Ya sabes ninguna palabra de esto a nadie.

—Confía en mí—. Le di un beso y una pequeña nalgada.

—Jajaja torpe—. Y me apretó la mejilla.

Regresamos cada quien por su lado.

Este fue el comienzo de una hermosa “amistad”; con encuentros prohibidos y complicidades que sólo ella y yo sabemos.

Aproximadamente cuatro meses después Verito se mudó, yo todavía duré más o menos un año en ese departamento y también me mudé. Ahora no tenemos ningún problema con vernos en nuestras casas y hacernos lo que más nos gusta.

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