Mi primera doble penetración

Abril del 2022. Todavía me acuerdo el cagazo de subirme al avión a Buenos Aires, sola, con la mochila y la ilusión de ir a un evento que tenía en el puerto.

Eran días intensos, de andar corriendo de un lado a otro con folletos y banderas. Pero lo que no sabía es que ese finde iba a terminar con dos tipos que me iban a dejar temblando.

El sábado al mediodía me ofrecí para repartir folletos. Me mandaron con Germán, un rosarino de veintiocho años, morocho, grandote y gracioso, tiraba chistes de todo.

Me hizo reír desde el primer momento, y yo se la seguía, porque me gusta cuando un tipo tiene chispa.

Más tarde se nos sumó Marcos, un neuquino de treinta y pico, alto y flaco, pelo castaño, más serio, pero cuando hablaba de lo que le interesaba, se le iluminaban los ojos.

Era como si uno fuera pura joda y el otro pura data. Y yo en el medio, absorbiendo todo.

Después de un rato largo bajo el sol, nos escapamos un poco. Caminamos por Puerto Madero, charlamos, comimos y terminamos tomando unas birras, contemplando la noche.

Yo contaba cosas mías, lo que estudiaba y de lo que laburaba. Germán me cargaba, me decía que hablaba cantadito, y yo le pegaba en el brazo riéndome. Marcos en cambio escuchaba callado, pero cuando abría la boca largaba frases que me dejaban pensando.

Había onda, se sentía en el aire, esa complicidad de personas que se cruzan en un momento y saben que después cada uno sigue su ruta. Si en ese momento tenía que elegir a uno, no podía, ambos me gustaban.

El domingo la movida siguió con actividades y recorridas, pero ya a la tarde quedamos los tres medio colgados. No sabíamos si ir al aeropuerto o qué. Fue Marcos el que dijo:

—Si quieren vamos al hostal un rato. Tengo la pieza un rato más y después cada uno sigue viaje.

Aceptamos sin dudar. Subimos a la habitación, nos sacamos las zapatillas, pusimos música bajito y nos tiramos los tres en la cama, con birras en la mano.

Charlamos un rato más, nos reímos fuerte. Yo me sentía liviana, como si me conociera con ellos de toda la vida. Hasta que Marcos dijo que le pintaban unas papas fritas y bajó a comprar.

Ahí quedó todo en silencio. Yo me quedé con una botella en la mano, y Germán me miró fijo. De golpe me besó, fuerte, como si supiera que yo le iba a responder. Y claro que le respondí.

Germán se recostó boca arriba en la cama, yo me senté a su lado y dejé la birra apoyada en la mesita de luz.

Me sonrió y empezó a pasarme la mano por la pierna, despacio, como tanteando. Yo no me hice la difícil: le apoyé la mano en el pecho, jugueteando con su remera.

El ambiente se cargó de repente. Germán se inclinó, me besó primero en la boca y después en el cuello, tirándome un mechón de pelo detrás de la oreja. Yo gemí bajito, y él sonrió, sabiendo que yo estaba reaccionando.

Empecé a acariciarle el brazo, la espalda, y él no perdió tiempo: me pasó la mano por la cadera, rozando la tanga roja que llevaba puesta.

Él bajó un poco más la mano, acariciando por encima del jean, y yo me reí, provocadora:

—¿Tan rápido que te animás, eh? —dije.

—No me hagas esperar —contestó él con una voz que me hizo estremecer.

No tardó mucho en sacarse los pantalones, dejándome ver su pija ya dura. Yo le sonreí y, casi sin pensar, me arrodillé frente a él.

Mis labios se encontraron con él, primero suave, probando, y después con más ganas, chupando, jugando con la lengua, escuchando cómo respiraba más fuerte.

En eso, la puerta se abrió despacio y apareció Marcos, con la bolsa de papas fritas en la mano.

Me clavó la mirada y se quedó quieto unos segundos. Yo lo miré con la pija de Germán en la boca, dejando que el deseo se notara en cada movimiento que hacía.

Marcos cerró la puerta sin decir nada, dejó la bolsa y se desabrochó el pantalón, mirándome fijo. Su mirada era intensa, y yo me acomodé en la esquina de la cama, excitada y esperando.

Germán se levantó y con una mano me quitó la tanga roja y el jean, mientras con la otra seguía acariciando mis tetas por encima del corpiño negro de encaje.

La respiración se nos mezclaba, jadeos y risas cortas, y yo sentía cómo me temblaban las piernas de anticipación. Marcos se acercó y me acarició la mejilla, después apoyó su pija en mi boca.

Era demasiado, tenía a los dos frente a mí, y mi cuerpo se empezaba a calentar como nunca. Germán no tardó nada. Me agarró de la cintura y me tiró hacia él.

Sentí su pija dura rozar en mi concha y un escalofrío me recorrió la columna. Antes de que pudiera procesarlo, me la metió, haciendo que mis uñas se claven en la cama y un gemido escapara de mi garganta.

La mezcla de dolor y placer me volvió loca: mi concha se abría para él y yo sentía cómo me llenaba, cómo me presionaba desde abajo mientras él subía la intensidad.

Marcos se arrodilló a mi lado, bajando su pija a mi boca. Empecé a chuparla y el ritmo húmedo de la mamada se mezclaba con los embistes de Germán.

La cama crujía, mis gemidos eran ruidosos y él no dejaba de llamarme puta y trolita mientras me penetraba. Yo sentía cómo mi cuerpo se rendía, y cada movimiento de ellos me sacaba un grito distinto.

Germán me levantó un poco y me puso en cuatro sobre él. Sentí cómo me agarraba de la cintura, empujándome con fuerza, mientras yo sostenía mi peso sobre sus hombros.

Marcos, detrás, acariciaba mi culo, abierto y lubricado con su saliva, y entró despacio, haciendo que un gemido largo se me escape.

La combinación de la concha y el culo lleno era demasiado; mis sentidos explotaban entre dolor, placer y excitación. Cada embestida era un martillazo en mi pelvis, y mi cerebro apenas podía procesar el placer que me recorría.

Mis tetas estaban libres, Germán las masajeaba y chupaba, mordisqueando y pellizcando mientras me penetraba. Yo sentía cómo mi cuerpo se curvaba, cómo mi concha se apretaba alrededor de él, y cómo mi culo latía con cada entrada de Marcos.

Era imposible separar el placer físico de la sensación mental: estaba completamente atrapada, rendida, pero disfrutándolo con cada fibra de mi ser.

Después de un rato, Germán me puso de lado, levantando una pierna sobre su hombro y clavándomela profundo.

Marcos se arrodilló frente a mí y apoyó su pija en mis labios, empujando un ritmo húmedo y ruidoso mientras yo alternaba entre chuparlo y recibir la embestida de Germán.

Mis gemidos eran casi incoherentes, mezclados con jadeos y con la sensación de estar a punto de desbordarme por completo. Germán me agarró del pelo, obligándome a verlo mientras Marcos se dejaba pajear por mi mano húmeda.

Cuando me quedé sin aire, Marcos se recostó y yo me monté sobre él de espaldas, cabalgando lento, disfrutando cada movimiento.

Germán aprovechó para acomodarse encima mío y penetrarme fuerte, mientras Marcos me la metía por el culo otra vez, despacio pero firme.

Mis gemidos eran largos, desesperados, y por fin sentí un orgasmo que me recorrió el cuerpo. Mientras tanto ellos seguían con cada embestida, dejándome temblando, consumida.

Cuando terminé de cabalgar sobre Marcos, todavía jadeando y con el culo apretado por él, sentí que Germán se acomodaba adelante mío otra vez.

Marcos también se levantó y se colocó al lado de Ger. Las chupadas eran fuertes, y cada una me hacía gemir con la boca llena de saliva.

Mis manos buscaban sus penes, alternando, jugando con cada centímetro mientras ellos respiraban agitadamente, dejándose llevar.

Germán no aguantó más. Me agarró del pelo y me obligó a abrir la boca mientras me vaciaba semen adentro. Sentí su leche en mi garganta y tragué todo, con un gemido ahogado que se perdió entre mis jadeos.

Me recosté de lado, sin aliento, temblando, mientras él se apartaba a la ducha, dejándome con el sabor y la sensación de haber sido completamente usada por él.

Marcos se sentó en la cama, su pija todavía dura frente a mí. No dudé ni un segundo: la tomé con la boca, lenta al principio, juguetona, mientras mis manos recorrían su pene y mis labios masajeaban su cabeza.

Él suspiraba, me decía que era una trola, mientras yo disfrutaba cada segundo, sabiendo que estaba a su merced.

Finalmente, Marcos no pudo más: se corrió sobre mis tetas, dejándome sentir su calor y su peso, y yo me quedé ahí, jadeando, con la boca manchada y el cuerpo temblando de placer.

Nos reímos después, entre besos húmedos y abrazos cortos, todavía excitados, y terminamos en la ducha juntos.

El agua caliente nos envolvía, él me besaba contra la pared, me mordía juguetonamente y me manoseaba de nuevo, pero sin la urgencia del polvo. Solo caricias largas, risas y una sensación de intimidad que contrastaba con la locura de minutos atrás.

Cuando salimos, Germán ya estaba vestido, fumando un pucho en la ventana y mirando el celu, tranquilo.

Nos despedimos rápido, con besos cortos y risas, y me metí en un taxi, agotada pero con la cabeza prendida fuego.

En el asiento trasero, no pude evitar tocarme los labios, todavía con el gusto a semen, mientras miraba la ciudad pasar y sonreía.

El vuelo salía a las 22, y yo estaba completamente viva, con el recuerdo de ellos tatuado en cada fibra de mi cuerpo.

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