Los siguientes meses fueron maravillosos. Podía disfrutar de mi prima Blanca y de mi novia Irene varias veces a la semana. Por supuesto, el sexo con Blanca era mucho más íntimo, ya que como lo he mencionado en relatos anteriores, era a pelo y siempre dejaba descargar mi semen en su coño.
Por otro lado, con Irene la pasaba muy bien, pero utilizar un condón minimizaba las sensaciones que experimentaba.
Un día, después de haber hecho el amor con Blanca en casa de sus padres, nos quedamos desnudos y abrazados.
Mi semen goteaba de su vagina.
—¿Qué vagina te gusta más, la mía o la de Irene? —atacó sin previo aviso.
Yo estaba muy relajado; Irene tenía la regla y esa semana no tuvimos sexo, así que tenía que desahogarme con mi primita, como en los viejos tiempos.
Pensé en el coño de Irene, su piel morena y su vello bien recortado. Mi verga comenzó a reaccionar y por fortuna, mi cerebro también.
—La tuya, primita, por siempre la tuya. Recuerda que sólo estamos con nuestras parejas para guardar las apariencias —contesté acariciando su clítoris con mi dedo. Usé mi propio semen como lubricante y seguí masturbándola para distraerla de cualquier posible tema de discusión.
Tuve éxito. Blanca comenzó a besarme con pasión y en menos de un minuto, ambos estuvimos listos. Me puse encima de ella y la penetré de un solo empujón. Puse mi mano sobre su cuello y apreté un poco. A Irene le gustaba que hiciera aquello y yo moría de ganas de ponerlo en práctica con Blanca.
—¿Qué haces? —dijo débilmente con mi pulgar y mi índice apretando su cuello, cortando el flujo de aire.
—¿Te gusta, primita? —le dije al oído y después la besé con desenfreno. Quería que supiera que no estaba en riesgo su vida.
—Eres un cabrón, pero…sí, sigue, primo. Soy tuya.
Seguimos cogiendo un buen rato que ella aprovechó para arañarme la espalda con fuerza, hasta hacerme sangrar. El dolor cumplió su propósito y volví a descargar mi semilla en su coño.
—¿Por qué me arañaste, prima? Si no sano a tiempo, Irene podría darse cuenta de que le estoy siendo infiel…
Supe que había cometido un error en cuanto pronuncié aquellas palabras.
—¿Qué dijiste? No le estás siendo infiel a ella. Cuando te la coges, me estás siendo infiel a mí. Eres mío y sólo mío, Enrique —chilló mi prima y se puso sobre mí pero no de una manera seductora. Comenzó a golpearme el pecho y la cara con sus puños cerrados. Estaba enojada de verdad.
—¿Pero qué me estás diciendo? Si también te coges a Samuel cada vez que puedes, eres una putita que está buscando verga en otros lados cuando deberías estar sólo conmigo.
—Cállate, no soy ninguna puta. Y tú no deberías buscar tanto a Irene, si esta vagina también debería ser suficiente para ti. Te amo…¿por qué no lo puedes ver? —dijo pasando del coraje a la tristeza en segundos. Se echó sobre mí y me abrazó —no soporto la idea de imaginarte con nadie más, quiero estar sólo contigo, casarme contigo, tener hijos contigo. Maldito sea este mundo que no nos deja estar juntos…
Sus palabras me conmovieron, yo me sentía igual y habíamos dejado que nuestras relaciones falsas cobraran demasiada importancia. La verdad es que estaba desarrollando sentimientos reales por Irene y estoy seguro de que Blanca también, eso era lo que nos hacía sentir culpables, no tanto el sexo que ni siquiera podía ser clasificado como infidelidad. La abracé y besé con ternura.
—Yo deseo lo mismo y vamos a lograrlo, pero mientras debemos mantener la calma y sobre todo, las apariencias —dije en el tono más apacible que pude —¿me amas?
—Con todo mi corazón, primo —respondió hecha un ovillo junto a mí.
—Y yo a ti, Blanca, mi amor.
Una vez más mi verga comenzó a reaccionar al cuerpo de mi prima. Una idea cobró fuerza en mi mente.
Bajé a sus tetas y las lamí hasta que sus pezoncitos se pusieron duros en mi boca. Ella abrió las piernas para recibirme, pero era tiempo de experimentar algo más.
—Voltéate —ordené con un susurro en su oído.
Se acostó bocabajo y se relajó.
—Ay mi vida, tú sí sabes cómo hacerme sentir mejor —dijo con placer.
Besé su cuello, sus hombros y su espalda. Fui bajando lentamente y besé sus nalguitas. Le di un par de mordidas a las que reaccionó contrayéndose.
—Ay, Enrique, qué delicia.
La tomé de la cadera y la guié para que se pusiera en cuatro.
Pasé mi verga erecta entre sus nalguitas y apunté a su vagina. Entré en ella para lubricar mi verga con sus fluidos. Bombeé un par de veces y la volví a sacar. Loco por poseer completamente a aquella mujer, sin decir nada le abrí las nalgas. Coloqué mi glande sobre su ano y antes de que pudiera reaccionar la tomé de las caderas y le metí toda mi verga en su ano virgen.
—Enrique, ¿qué haces? —gritó con dolor —salte, me lastimas, cabrón, suéltame.
Resistí sus intentos por liberarse y seguí cogiéndola así.
—Te amo, y tú me amas a mí, me moría por intentar esto contigo. Poseerte toda, romperte el ano, ser el primer y único hombre en penetrar tu culito. Te amo, te amo, te amo —repetí con cada embestida.
—Me duele, Enrique, me duele mucho, salte —sus súplicas eran cada vez más débiles, estaba disfrutando también.
—Ay, dios mío, sí —aceptó finalmente.
Su culo estaba muy apretado y no tardé en terminar. La cantidad de semen fue moderada pero el orgasmo fue brutal. Seguí sometiéndola, haciendo que se acostara boca abajo de nuevo y yo sobre ella.
—Ahora sí eres completamente mía —le dije al oído mientras acariciaba su pelo.
—Este culito será tuyo para siempre, igual que yo —respondió sonriendo.
Pasamos un buen rato así hasta que reaccioné y le pregunté a Alexa la hora, era tarde. Me vestí, mis tíos podrían llegar en cualquier momento.
Como quería despedirme de ella como mi mujer, lo hice antes de que llegaran sus padres.
Llegando a mi casa le escribí a Irene. Se la estaba pasando bien en la playa con su familia.
—Te extraño —escribí.
—Yo también, guapo, pero sólo serán unos días…y cuando vuelva, tú y yo vamos a desahogar estas ganas tremendas.
—No puedo esperar —respondí.
Y era cierto, amaba a Blanca y ya llegaría el momento de estar solo ella y yo, pero mientras tanto, aprovecharía para disfrutar del cuerpo de Irene todo lo que pudiera.